—Te
lo digo, algo extraño está sucediendo en esa casa —insistió Marco mientras
caminaba rápidamente por los campos de maíz de su familia—. Y no me mires como
si estuviera loco; ya tengo suficiente con todos los demás.
Sibil
lo seguía de cerca, sin intención de dejarse llevar por otra de las
extravagantes aventuras de Marco que, por lo general, terminaban en problemas
para todos los involucrados.
—Mira,
no creo que estés un poco desquiciado —respondió con tono bromista—, pero
tienes un historial bastante peculiar de problemas e historias inventadas.
—Esta
vez no estoy inventando nada —respondió Marco, comenzando a desesperarse—. Vi a
alguien entrar en esa casa del bosque y nunca salió.
—Podría
ser algún vagabundo buscando refugio —sugirió Sibil.
—Los
vagabundos no visten ropa de oficina elegante, Sibil —replicó Marco.
Ella
se encogió de hombros y decidió seguir un poco más con su amigo. Aunque no
quería admitirlo, siempre era divertido estar con Marco. Era todo un niño
problema, siempre en el centro de las travesuras y, como había mencionado,
tenía un historial curioso de sus acciones pasadas. Sin embargo, al mismo
tiempo, era la persona más libre que se podía encontrar en ese pueblo. Sus
padres eran muy liberales, para no decir que no les importaba lo que hiciera su
hijo, aunque eso no los convertía en malos padres del todo. "Tenemos que
dejar que él encuentre su propio camino", recordó las palabras de su padre
una tarde cuando, junto con él, el líder del pueblo, fueron a entregar una
petición para que controlaran mejor las quejas sobre Marco. "Es solo un
niño; los niños hacen travesuras y no ha salido nadie herido ni ha habido
daños. Son solo cosas de niños".
—Tengo
dos preguntas más antes de seguir, Marco —dijo Sibil de repente mientras se
detenía en el borde de los campos, adoptando una postura más típica de una
madre severa que de una chica de 14 años—. Primero, ¿cómo supiste de esa casa?
Nunca había oído hablar de ella, y dudo que se haya construido de la noche a la
mañana.
—Eso
es algo que también me preocupa, por eso te digo que es extraño. Apareció un
día y desde entonces he visto a varias personas entrar, pero nunca salir
—explicó Marco.
Sibil
le lanzó una mirada inquisitiva; aunque no dijo una palabra, Marco pudo
entender todo lo que pasaba por su mente.
—No
estoy espiando —aseguró rápidamente—. Es solo que está cerca de lo que
considero mi escondite personal y puedo ver lo que sucede con solo asomarme un
poco.
—Solo
espero que no guardes drogas ahí o en serio estaremos en problemas —bromeó
Sibil mientras relajaba su postura—. Ahora, la segunda pregunta, o mejor dicho,
dos preguntas en una: ¿Por qué solo vamos nosotros si crees que algo extraño
está ocurriendo? Y ¿por qué ningún adulto viene a investigar la zona?
—Solo
un par de cajetillas de cigarrillos —continuó la broma Marco—. En cuanto a lo
demás, solo tú quisiste creerme cuando dije que algo raro estaba sucediendo.
—¿Solo
yo? —preguntó incrédula Sibil.
—Sí,
ni Raúl, Alex o incluso Nat quisieron creerme. Supongo que tampoco querían más
problemas después del pequeño incidente con el carro de policía.
—Mejor
no me recuerdes eso —negó Sibil con la cabeza—. A menos que quieras que te
arranque la cabeza, como debí hacerlo ese día.
Un
breve silencio cayó sobre los chicos, quienes sin darse cuenta ya habían
continuado su caminata y estaban dejando atrás los campos para adentrarse en el
bosque.
—Mi
padre casi me mata por ese "pequeño accidente" —suspiró Sibil.
—Oh,
vamos, tal vez solo te habría regañado un poco —exclamó Marco mientras le daba
una palmada en el hombro a Sibil—. Además, eres la niña favorita del pueblo, la
hija del buenazo de Andrés Mancuso. Seguramente te habrían perdonado echándonos
la culpa a los demás, incluso si fuiste tú quien quitó el freno de mano de la
patrulla.
—No
es tan sencillo, Marco —dijo ella con pesar—. Tener que ser perfecta y
comportarse como todos esperan es muy estresante. También soy solo una niña y
quiero jugar y divertirme, aunque no sea estrellando una patrulla de policía en
la tienda del pueblo.
—Fue
un paseo emocionante, debo admitirlo —sonrió Marco—. Aunque también tuvimos
suerte de que nadie resultara herido.
—Bueno,
Nat se rompió la nariz.
Continuaron
caminando un poco más hasta llegar a un claro en el bosque. Habían avanzado
bastante, absortos en su conversación. Casi parecía que la casa mencionada por
Marco los estaba llamando. El sol matutino se sentía fresco, dándoles una
sensación de tranquilidad y confort. Casi se sentía como un paseo en una mañana
de sábado, mientras se divertían y hablaban de las hazañas del pasado.
—Aún
no me respondes la otra parte de la pregunta —recordó Sibil mientras dejaban el
claro—. ¿Por qué no viene ningún adulto?
—Sabes
bien que los adultos no creen en mis palabras —replicó Marco—. Podría estar
lloviendo a mares afuera y de todas formas, sacarían la mano para comprobarlo.
—Entonces
estamos solos en esto. ¿Cuánto falta para llegar al sitio? Siento que hemos
caminado por décadas.
—Ya
estamos llegando a mi escondite. En poco tiempo podrás ver la casa.
Efectivamente,
así fue. Poco después, Sibil pudo divisar un tronco grande y hueco que asumió
sería el escondite secreto de Marco. Más al fondo se erguía una imponente casa
de estilo victoriano, con sus tablones exteriores blancos y el techo de un azul
muy oscuro que recordaba al cielo nocturno. Tenía muchas ventanas, pero todas
estaban cubiertas por espesas cortinas de tela blanca que impedían ver el
interior.
—Se
me hiela la sangre cada vez que veo esa casa.
—No
sabía que había casas de estilo victoriano en Colombia, menos en esta parte
—comentó Sibil.
—¿Estilo
victoriano? —preguntó Marco.
—Quizás
lo sabrías si prestases un poco más de atención en clases, amigo.
—No
creo que saber de qué estilo es una casa me vaya a servir en algún momento de
mi vida, a menos que quiera ser arquitecto.
—Debo
darte un punto en eso.
Entraron
en el tronco hueco donde Marco guardaba diferentes mercancías, desde juguetes y
dulces hasta las dos cajetillas de cigarrillos que había mencionado antes.
—Nada
de esto es robado —aclaró Marco—. Bueno, quizás las cajetillas, pero pensaba en
tirarlas. Huelen muy mal y fumar es asqueroso.
Se
sentaron con la vista puesta en la extraña casa, que estaba demasiado
inmaculada para estar en medio de un bosque en completo estado salvaje,
desentonando con toda la estética del lugar.
—Dices
que a veces entran personas y no vuelven a salir —comentó Sibil mientras miraba
con curiosidad en dirección a la construcción.
—Más
específicamente, los sábados como hoy —respondió Marco mientras sacaba
recipientes con comida de la mochila que llevaba en la espalda.
—¿Todos?
—
—Supongo.
Por lo general, llegan al mediodía, pero hay ocasiones en las que no estoy aquí
para comprobarlo.
—Pero
—dijo Sibil como si acabara de darse cuenta de algo importante—, no pueden
simplemente no salir de ahí.
—¿Por
qué no? —
—Porque
lo habríamos notado en el pueblo. Gente desapareciendo semanalmente ya habría
resonado, y no he escuchado a mi padre hablar de eso.
—Coincidentalmente,
las personas que entran no son del pueblo.
—Muy
conveniente para ti, ¿no? —
—Sé
lo que quieres decir, pero si hay alguien del pueblo que vi entrar y nunca lo
hemos visto de nuevo.
—¿Te
refieres al señor Andrades? —
—Sí
—dijo Marco con tono de suficiencia—. Te diré la verdad, en un principio pensé
que era un club para caballeros, ya sabes a lo que me refiero, y la vez que
entró Andrades no me quedé lo suficiente, precisamente por eso.
—Por
eso piensas que no salen de ahí.
—Sí,
el señor desapareció y la última persona en verlo con vida fui yo, entrando
precisamente a esa casa.
—¿Por
qué no me lo dijiste antes? ¿No le has dicho nada a la policía?
Marco
miró hacia la casa por un momento y luego respondió:
—No
te lo dije porque pensé que actuarías como el resto y me ignorarías, pensando
que es solo mi imaginación.
—Tiene
sentido, la verdad. Pero ¿y la policía?
—Ya
te lo dije, los adultos no creen en mí. La semana pasada, cuando ya no había
esperanza de que apareciera, fui a la comisaría y expuse mi caso. Obviamente,
no me creyeron y me dijeron que dejara los cuentos de hadas para otras
personas.
—Supongo
que tampoco me creerán a mí debido a que paso tiempo contigo.
—Y
podría causarte problemas en estos momentos. No es que le caiga bien a tu
padre, y ya sé que no te permite estar conmigo. Raúl me lo dijo cuando fui a
verlo el jueves.
—Lo
siento por eso.
—No
te preocupes —replicó Marco mientras ponía la mano en el hombro de Sibil—.
Estás aquí hoy a pesar de eso, y eso es mucho más de lo que hicieron los demás.
Gracias.
—Sigo
pensando que es tu imaginación, Marc.
—Eso
está por verse —dijo mientras señalaba con el dedo hacia la entrada de la
puerta, donde aparecieron casi de la nada dos personas que caminaban de manera
muy extraña hacia la edificación.
—Es
mediodía, como te había dicho, pero esta vez hay dos personas.
—Un
momento —mencionó Sibil mientras enfocaba sus ojos en la distancia—. ¿Acaso, no
es el padre Antonio? ¿Quién va con él?
Marco
intentó enfocar su vista también y reconoció de inmediato la ropa
característica de un padre de iglesia a la distancia. En efecto, era el
reverendo de la iglesia local, una persona alta y con semblante justo, sabio y
calmado. El padre siempre había sido amable con Marco, incluso cuando los demás
no estaban por la labor. "Los niños siempre serán niños y es nuestro deber
como adultos guiarlos con cariño y comprensión", solía decir en los
servicios después de alguna travesura del muchacho.
Marco
no quería ser del todo problemático; los problemas siempre parecían encontrarlo
a él, un talento innato para estar en el lugar equivocado o para moverse justo
cuando es menos adecuado. Quizás fuera ese mismo talento el que lo llevó a esa
misteriosa construcción en medio del bosque. Estaba preocupado; muchas personas
habían entrado por esas puertas en los últimos meses y ninguna había salido.
Pero por el padre Antonio, sentía un respeto y cariño que no sentía por ningún
otro adulto del pueblo, y esta vez, además, había una situación particular: iba
acompañado de otra persona.
—¿Quién
es el otro? —preguntó Marco con tono de preocupación.
—No
tengo idea, nunca lo he visto —respondió la niña mientras se acomodaba
suavemente en el suelo fuera del tronco para ver mejor—. Pero parece que
también forma parte de la iglesia.
—Esto
no me gusta nada —dijo Marco con firmeza.
Sibil
se volvió para mirarlo; Marco estaba casi petrificado, con las manos en la boca
y los ojos oscuros abiertos como platos.
—Has
visto esto muchas veces, ¿qué es diferente ahora? —
—¿Por
qué vienen dos miembros de la iglesia aquí? —
—No
lo sé, pero quizás estás exagerando un poco con tu reacción, amigo. Necesitas
calmarte un poco.
—Escucha,
si están aquí es porque probablemente en esa casa sucedan cosas que no podemos
entender, cosas sobrenaturales y demoníacas.
—Creo
que estás entrando en pánico y se te está yendo la vena religiosa —replicó
Sibil mientras se volteaba y lo tomaba por los hombros—. Quizás al final sí sea
solo un club de caballeros. Muchos sacerdotes frecuentan esos lugares a
escondidas. Es mejor dentro de una prostituta que dentro de un menor.
—Pero,
¿las personas que no salen? —
—Quizás
no las has visto salir e hiciste suposiciones —dijo mientras intentaba calmar
al muchacho—. No has estado aquí hasta tan tarde; quizás las personas salen muy
tarde de ahí.
—Pero,
¿por qué solo entra una a mediodía? —
—No
sé, los adultos actúan de manera extraña de vez en cuando. O quizás sea por
reserva. Además, no es que el pueblo esté cerca de alguna ciudad, y la casa no
está precisamente en un buen lugar.
Sibil
sonaba considerablemente más elocuente de lo que se esperaba de una niña de 14
años. Marco empezaba a calmarse y ambos niños volvieron su atención a la casa,
que estaba como si nada hubiera pasado.
—¿Y
el padre con la otra persona? —preguntó Marco, con la preocupación aún
reflejada en su rostro.
—Quizá
ya hayan entrado —contestó la chica con presteza—. Vamos a acercarnos; quizás
podamos colarnos y ver qué sucede dentro, aunque no sé si quiero ver lo que
pasa ahí si es lo que creo.
Marco
dudó un poco, pero después de un rato se decidió y bajaron suave y
sigilosamente hacia la casa. Al estar cerca de ella, no notaron nada,
literalmente nada. Era como si todo el mundo se hubiera detenido; no había
sonido, ni brisa, y parecía que nada se moviera dentro o fuera de la casa. A
Marco se le heló la sangre completamente, pero por miedo a parecer cobarde,
continuaron hasta la puerta de la casa.
—¿Será
correcto tocar la puerta? —bromeó Sibil mientras levantaba el puño.
Marco
la detuvo un poco inquieto y le dijo—: Creo que es mejor que probemos si
podemos entrar sin advertir nuestra presencia.
—Bueno,
así será mucho más emocionante.
—Y
ahí viene la otra cara de Sibil Mancuso.
Sibil
tomó el pomo de la puerta y lo giró lentamente. —Está abierto —la puerta se
abrió suavemente al ritmo que la chica quería, y dieron un fugaz vistazo al
interior.
No
había nada dentro, absolutamente nada. La casa estaba vacía; ni un mueble, ni
un papel, ni una foto, pintura o decoración, ni siquiera un poco de polvo. La
casa estaba completamente inmaculada, tal como su exterior.
—Extraño
—mencionó Sibil—. No es como si la casa estuviese en venta; de eso me habría
enterado; mi madre trabaja en eso.
Después
de dudar por un rato, entraron decididamente. El interior no era lo que
esperaban: una casa muy limpia y completamente vacía, pero con un aura que por
alguna razón extraña lograba atemorizarlos. El salón de al lado estaba
igualmente vacío y se iluminaba tenuemente con una luz blanca, que apenas
lograba traspasar la gruesa tela de la cortina.
—Está
mucho más oscuro aquí —mencionó Marco mientras se acercaba a una ventana—. Y
esta tela es demasiado pesada como para correrla. ¿Por qué alguien escogería
algo así?
—Primero
que todo, pregúntate por qué alguien pondría una casa victoriana en medio de un
bosque colombiano —respondió Sibil mientras recorría el resto de la habitación
sin mucho que ver.
Iban
pasando por el resto de las habitaciones de la planta baja, explorando la
construcción con muy poco que ver, pero con la horrible sensación de que
estaban siendo observados en todo momento. Era esa sensación incómoda en la
parte de atrás de tu cabeza que esta vez se sentía mucho peor al encontrarse en
un espacio vacío sin un sitio donde esconderse. Marco más de una vez llegó a
pensar que alguien los observaba desde las cortinas.
—No
seas tonto —intervino Sibil—. Las cortinas son blancas; si hubiera alguien,
habríamos notado claramente su silueta.
Marco
asintió, calmándose un poco para continuar explorando la casa. Más que unos
niños explorando, se sentían como agentes inmobiliarios realizando una rigurosa
inspección de la propiedad. Esta estaba en perfectas condiciones; las puertas
se abrían sin dificultad y los pisos de madera eran sólidos y no crujían al
caminar sobre ellos. De repente, como un balde de agua fría, Marco recordó
algo.
—¿Dónde
está el padre y la otra persona? —
Sibil
palideció un poco. No había un lugar posible al que pudieran haber ido o
escondido; no había lugar donde hacerlo, salvo por las cortinas, que, con la
explicación de Sibil, quedaban invalidadas.
—Deben
estar en el segundo piso —dijo, apenas se dieron cuenta de que estaban hablando
en susurros y siendo sigilosos desde que entraron al lugar—. Quizás no se han
dado cuenta de nuestra presencia.
—Lo
cual es extraño; aquí no hay nada, no es un club de caballeros. Algo muy
extraño está pasando aquí —exclamó el muchacho mientras se dirigía hacia la
puerta de entrada—. Me largo de aquí.
O
eso hubiera deseado profundamente. Al llegar a la puerta, notó que no había
manera de abrirla desde adentro. El pánico empezó a apoderarse de él. Intentó
desesperadamente abrir las cortinas, pero su peso no permitía correrlas, y
después se dirigió hacia una puerta que presumiblemente daba al exterior,
ubicada cerca de la cocina en la parte trasera de la casa. Sin embargo, tuvo el
mismo resultado que la primera puerta.
—No
se puede salir de este maldito lugar —dijo con desesperación.
Sibil
lo seguía con una mirada inquietante pero calmada.
—Intentemos
buscar en el segundo piso —sugirió ella y rápidamente subió las escaleras que
estaban cerca de la entrada.
—Claro
—respondió Marco—. Arriba debe estar el padre y nos podrá ayudar. Sib, espérame
—pero antes de que pudiera terminar la frase, Sibil ya había desaparecido.
Marco subió rápidamente las escaleras para buscarla.
La
planta de arriba era, de algún modo u otro, aún más oscura que la principal.
Marco miró por las escaleras hacia abajo y notó la diferencia en la
iluminación. Abajo, la luz era tenue, suficiente para poder ver sin problemas;
pero ahí arriba era opaca, dificultaba la visión y el aire estaba mucho más
denso y frío. El ambiente en general era considerablemente más opresivo arriba.
—¿Dónde
está Sibil? Ella acaba de subir —buscó con la mirada en el desierto pasillo
superior, dando unos pasos para encontrar a su amiga.
La
encontró a unos metros de las escaleras, cerca de una puerta cerrada frente a
una ventana tapada por otra gruesa cortina blanca.
—He
escuchado un ruido desde adentro, uno no muy agradable —estaba casi
petrificada, temblando y muy rígida frente a la puerta. El aire bromista y
altanero que tenía un minuto atrás se desvaneció por completo. Marco se acercó
suavemente y le puso la mano en el hombro para tranquilizarla un poco; ella
casi se derrumbó al sentir el tacto de su amigo. "¿Qué habrá
escuchado?" se preguntaba Marco temerosamente mientras la sostenía, y un
penetrante olor llegaba desde dentro de la habitación.
—¿Qué
ruido escuchaste, Sib?
—Sonaba
a... —hizo una pequeña pausa para tragar saliva—, sonaba a muerte.
El
chico, al escuchar esas palabras, casi se derrumbó con ella, pero pensó que
probablemente sería la imaginación de ella y la sugestión que daba el ambiente
macabro del segundo piso. Seguía siendo todo tan inmaculado y limpio que
empezaba a dar muy mala espina y no podías pensar con claridad.
—Posiblemente
fue tu imaginación, Sib. La casa está completamente limpia y vacía.
—En
serio, no sé cómo puedo explicártelo, pero lo que escuché sonaba como la
mismísima muerte.
—Supongo
que tendremos que averiguarlo —exclamó mientras se acercaba a la puerta para
abrirla—. Posiblemente solo fue el viento.
—¡No
lo hagas! —gritó Sibil, aunque parecía estar completamente amortiguado, como si
se encontraran en una sala insonorizada—. Ahí dentro hay algo muy malo.
—No
te preocupes, sé que encontraremos otra habitación completamente vacía y limpia
—mencionó con un aire de que era más para sí mismo que para su amiga.
Tomó
el pomo de la puerta y lo giró lentamente para abrir la puerta, la cual, como
todas las anteriores, se abrió sin dificultad, dejando paso a la vista del
interior de la habitación, pero... No era lo que esperaba de una habitación en
esta casa. Estaba aparentemente vacía. La penumbra completa cubría la mitad de
la habitación, como si fuera un cuarto muy largo y solo hubiera ventanas en el
inicio.
—No
tiene sentido, la casa no parecía tan grande desde fuera como para causar este
efecto — observó Marco mientras se daba cuenta de que la única fuente de luz
provenía de la ventana trasera. Miró a ambos lados del oscuro pasillo en busca
de respuestas, y a sus espaldas, Sibil se puso en pie.
—Creo
que he visto algo en el fondo de la habitación — dijo ella.
Un
escalofrío recorrió a Marco desde la base de la espalda hasta la nuca.
Efectivamente, algo había al final del cuarto, aunque no lograban identificar
qué era. Se quedaron paralizados en la entrada, dudando sobre su próximo
movimiento, casi esperando que alguien les dijera qué hacer. De repente,
escucharon un gemido proveniente del interior.
Marco
vaciló. Todos sus sentidos se activaron y su corazón latía con fuerza, el
gemido sonaba bajo pero claro, similar al sonido que hacen los animales cuando
algo sale mal durante un sacrificio y están sufriendo. Aunque su cabeza y su
sentido común le gritaban que saliera de allí, que buscara una salida, sus
piernas parecían tener voluntad propia y lo llevaron hacia el origen del
sonido. Observó a Sibil, quien parecía estar en la misma encrucijada que él.
—Entremos
a investigar — dijo, intentando sonar valiente aunque dudaba que tuviera mucho
efecto —. Si hay algo malo, salimos de aquí lo más rápido posible.
Sibil
asintió suavemente y procedieron a entrar en la habitación. La chica se quitó
un zapato y trabó la puerta abierta con él —por si tenemos que salir corriendo
— dijo, y continuó avanzando.
La
habitación estaba sumida en la penumbra; apenas podían ver lo que había dentro
y el gemido que resonaba en el aire se volvía cada vez más audible. A pesar de
ser un espacio relativamente pequeño, la sombra parecía más densa aquí, como si
la oscuridad estuviera intencionalmente presente y formara parte de algo mucho
más oscuro. Notaron a corta distancia una luz naranja, que supusieron provenía
de una vela.
—Dame
la mano, por favor — pidió Sibil temblorosa, y Marco la sostuvo con toda la
firmeza que pudo en ese momento. Ambos avanzaron directamente hacia la fuente
de luz. El camino no fue agradable; la sombra se pegaba a su piel como una
espesa capa de polvo, dificultándoles la respiración. El ambiente se volvía aún
más frío y pesado que en el pasillo. Pronto se toparon con algo completamente
fuera de lugar.
Cuando
llegaron a la fuente de luz, una vela, notaron que esta estaba colocada sobre
una cómoda de madera de pino, realmente hermosa, como si hubiera sido tallada a
mano por los dioses. La cómoda estaba pegada a la pared y cubierta con un papel
tapiz verde decorado con motivos de la época de la casa, de estilo barroco. La
escena parecía sacada de una noche común y corriente, excepto por un detalle:
justo al lado de la vela, había un muñeco al que le faltaba la mitad inferior
del cuerpo y que resultaba bastante inquietante para ser el juguete de
cualquier niño. A pesar de la extrañeza, Sibil parecía querer tomarlo. Fue
entonces cuando escucharon el gemido nuevamente, esta vez más fuerte y claro,
como los lamentos de un animal herido. Instintivamente, Marco tomó la vela con
su mano libre y la dirigió hacia el origen del sonido.
Un
grito se quedó atrapado en sus gargantas; más que un grito, fue como si
simplemente no pudieran vocalizar, y Marco sintió cómo Sibil le apretaba la
mano con tanta fuerza que en circunstancias normales la habría roto. Justo al
lado de la mesa de noche, clavada en la pared, yacía esa persona: un sacerdote,
con las manos perforadas y la boca cosida con finos alambres de metal. Llevaba
puesta la vestimenta típica de los sacerdotes, impecable y limpia como una
camisa recién planchada. A medida que observaban con más detalle, Marco, y
probablemente Sibil, vieron el horror plasmado en el rostro sufriente del
sacerdote. Sus piernas, arrancadas como si fueran desgarradas por garras,
colgaban junto a su cuerpo, clavadas desde los pies. Su torso estaba abierto
desde la parte inferior del tórax hasta el final del abdomen, como si fuera un
experimento macabro, dejando al descubierto todos sus órganos internos de una
manera sorprendentemente ordenada, lo cual contrastaba drásticamente con la
violencia con la que habían sido arrancadas las piernas.
Un
gemido escapó de los restos humanos; vieron cómo el corazón latía y los
pulmones se inflaban con dificultad, siguiendo el ritmo de una respiración
agónica.
—Está
vivo — balbuceó Marco, y los restos del sacerdote respondieron al sonido de su
voz con un estremecimiento violento, dejando caer fragmentos de su sistema
digestivo al suelo. La palidez invadió el rostro de Marco mientras sentía el
agarre firme de Sibil. Sin pensarlo, comenzó a correr frenéticamente hacia la
puerta, arrastrando consigo a Sibil. Casi lo lograban, estaban a punto de
alcanzar la salida. Sibil parecía arrastrarlo consigo; Marco se volteó y vio a
la chica perdiendo el equilibrio justo en el umbral de la luz. La soltó, pero
logró darle un último impulso para que ambos pudieran salir de esa habitación.
Chocaron
contra la pared del pasillo, justo en frente de la puerta. Sibil se puso de pie
rápidamente y recuperó el zapato que había usado para trabar la puerta,
cerrándola con fuerza y deseando que nunca se volviera a abrir. Sin
intercambiar palabras, los dos jóvenes corrieron a toda velocidad hacia el piso
de abajo, tan apresuradamente y con tanta fuerza que se estrellaron contra la
puerta principal, que no cedió ante su embate.
—¿Qué
diablos era eso? — preguntó Marco mientras golpeaba desesperadamente la puerta
en un intento de abrirla.
—Creo
que era la persona que entró con el padre Antonio — dijo Sibil, acurrucada a un
lado de la puerta, casi en estado de shock —. Estoy casi segura de que era
él...
—El
padre Antonio — repitió Marco —. ¿Crees que él sea el responsable de todo esto?
—A
estas alturas, ya no sé nada, Marco. Tengo miedo y quiero salir de este lugar —
respondió Sibil, al borde del colapso emocional.
Marco
se volvió hacia Sibil, captando de inmediato el ambiente que los rodeaba en ese
preciso momento. Al principio, las prisas por alejarse de la escena anterior
les habían impedido notar los detalles, pero ahora, observaron los espacios que
antes eran pulcros y perfectos convertidos en habitaciones descuidadas y
mohosas. El aire estaba cargado con el olor de la podredumbre y los muebles
estaban corroídos y destrozados por el paso del tiempo. La misma tenue luz que
antes iluminaba el espacio solo agravaba la incomodidad de la nueva realidad.
¿Dónde estaban? ¿Qué estaba sucediendo en ese extraño lugar?
Estaban
atónitos en esa nueva planta baja, apenas unos minutos antes, todo había sido
diferente. Marco miró un reloj en una pared cercana y luego su propia muñeca.
—12:37
— dijo, casi riéndose mientras se sentaba junto a Sibil —. Apenas hemos estado
aquí dentro alrededor de 30 minutos.
Sus
ojos empezaban a llenarse de lágrimas y Sibil tomó su mano, fría y sudorosa.
Aunque ella estaba en un estado de pánico tan profundo que no se reflejaba en
la superficie. La sensación pesada y mortuoria se volvía cada vez más palpable;
el ambiente se volvía más denso con el paso de los minutos y ellos estaban cada
vez más inquietos.
—Siento
como si nos estuvieran observando desde todos los ángulos posibles — dijo
Sibil, con la mirada fija en el suelo.
—El
padre Antonio debe estar en algún lugar de esta casa — dijo Marco, su voz
volviéndose fría y calculadora —. A estas alturas, estoy casi seguro de que él
no es responsable.
—¿Por
qué lo dices? — preguntó Sibil.
—Para
hacer lo que vimos allá arriba se necesitarían más de 15 minutos, que fue el
tiempo que estuvimos rondando por aquí abajo — explicó Marco —. Sin mencionar
todos los cambios que hemos visto aquí abajo; un humano no puede hacer ese tipo
de cosas.
—Entonces,
quizás nos estamos enfrentando a algo que no entendemos — dijo Sibil,
contemplativa.
Marco
se puso de pie, reuniendo toda la entereza que tenía disponible en ese momento,
y posiblemente tomando prestada toda la que necesitaría para las situaciones
futuras.
—12:50
— dijo Marco, mirando su reloj —. Tenemos que encontrar una salida de este
maldito lugar. Ya vimos que abajo no hay ninguna, así que debemos buscar
arriba.
—¿Quieres
volver allá? — preguntó Sibil, incrédula.
—¿Y
qué otra opción tenemos? — replicó Marco, ayudándola a levantarse.
Reunieron
todo el valor posible para subir una vez más las escaleras, dirigiéndose hacia
aquella horrible escena. Mientras subían, notaron todos esos nuevos detalles;
cada vez parecía más una casa normal abandonada, llena de moho, óxido y
podredumbre. Solo el ambiente pesado y la luz opaca contrastaban completamente
con todo lo demás y con la hora del día. Todo estaba casi en ruinas, excepto
por las impolutas cortinas blancas que cubrían todas las ventanas. Llegaron a
la planta superior, donde se dieron cuenta de que a la izquierda no había
pasillo, pero a la derecha, donde estaba aquella habitación, se extendía el
pasillo de manera casi antinatural.
—¿Siempre
fue así de largo el pasillo? — preguntó Sibil, mirando con inquietud.
—Honestamente,
no me fijé en ello la primera vez — admitió Marco.
Comenzaron
su recorrido, manteniéndose pegados a la pared contraria a la habitación del
hombre. El olor a sangre y vísceras se intensificaba a medida que se acercaban.
Se detuvieron justo frente a aquella puerta. Ningún sonido se filtraba desde el
interior, ni gemidos de dolor ni ningún otro ruido. Marco permaneció atento,
vigilando la puerta mientras Sibil pasaba detrás de él. La sensación de ser
observados era casi palpable, como si algo estuviera mirándolos fijamente a
través de la puerta.
Sibil
pasó y tocó el brazo de Marco, que giró su cuerpo hacia la izquierda y quedó
petrificado al instante, agarrando a Sibil por el brazo.
—Me
lastimas — reclamó Sibil en voz baja, casi susurrando —. ¿Qué sucede?
Marco
señaló un portarretratos que estaba a pocos centímetros de la puerta con la
imagen del hombre partido. Sibil palideció casi inmediatamente. En el marco de
tamaño mediano, un rostro arrancado quirúrgicamente estaba estirado entre el
cristal y el marco, dando una visión completamente tétrica y distorsionada de
la apariencia de una persona. Movió su brazo en señal de que debían continuar,
y Marco la siguió sin protestar. A medida que avanzaban, encontraron más
portarretratos colgados en las paredes con caras de personas, hasta que
llegaron a otra puerta.
—¿Estás
seguro de que quieres entrar ahí? — preguntó Marco, mirando a Sibil con
preocupación.
—La
verdad es que no, Sib, pero no tenemos otra opción— murmuró Marco en voz baja
mientras avanzaban por el pasillo. Poco a poco, se estaban acostumbrando al
ambiente pesado y a las grotescas escenas que encontraban a su paso. Incluso
sus ojos se estaban ajustando a la luz del pasillo. Marco agarró el pomo de la
última puerta y trató de abrirla, pero estaba cerrada. Intentó un poco más,
pero parecía estar trabada desde el otro lado —Si está así, quizás sea mejor no
ver lo que hay dentro— comentó con precaución.
Continuaron
su camino hasta el final del pasillo. Algo colgaba de la pared al final, algo
que a la distancia no podían distinguir claramente. De la última puerta salía
una brillante luz del mediodía por la rendija inferior —1:03— dijo Marco
mientras seguían avanzando hacia el final del pasillo, donde la luz se volvía
más intensa a medida que se acercaban.
Cuando
estaban a punto de llegar a la pared final, Marco decidió voltear hacia atrás
para mirar el pasillo. No podía ver el inicio del mismo, todo estaba cubierto
por una bruma confusa, y sintió que habían caminado mucho más de lo físicamente
posible. Se detuvo de repente al golpearse ligeramente con la espalda de Sibil.
Volvió su mirada hacia ella y vio lo que colgaba de la pared.
—Esos
son...— comenzó Sibil.
—Penes...
Penes mutilados— completó Marco, horrorizado.
Ambos
se quedaron atónitos frente a la grotesca escena. Los miembros estaban colgados
en la pared, sostenidos por un clavo en la parte inferior, dejándolos colgando
de manera espeluznante. De nuevo, estaban colocados de manera ordenada y el
corte era quirúrgicamente preciso. Marco los había estado contando para
distraer su mente del aterrador ambiente que los rodeaba.
—¡Jah!
— exclamó Sibil —Con que así se ven
—No
bromees con eso en esta situación— le reprendió Marco mientras se colocaba
frente a la puerta. Sintió las manos de Sibil apoyadas en sus hombros —No te
preocupes, saldremos de esta— intentó consolarla.
Hacía
un rato que no sentía la sensación de ser observado. Pensó que finalmente
estaban llegando al final de esa pesadilla. Tomó el pomo de la puerta y lo giró
suavemente. La puerta cedió sin resistencia y se abrió. Una brillante luz
inundó la habitación, cegando a Marco por un momento. Cuando sus ojos se
ajustaron a la luz, quedó atónito al ver las paredes de la habitación.
Era
un espacio limpio, amplio y fresco, iluminado por la luz natural que entraba
por una ventana sin cortinas. Marco inmediatamente notó los cuerpos sin rostro
que colgaban de las paredes, de la misma manera en la que estaba el cuerpo de
la primera habitación. Un escalofrío recorrió su espalda y sintió náuseas al
ver la escena: al menos veinte cuerpos clavados en las paredes, algunos también
suspendidos del techo. A pesar de la luz brillante y del aire fresco que
entraba por la ventana, la escena era espantosa. La cama en un rincón atrajo su
atención, había algo o alguien en ella. Sin embargo, algo más capturó su mirada
en el centro de la habitación: alguien estaba atado con cuerdas y colgaba del
techo.
—¿Sibil?
— Dejó escapar sorprendido —¿Qué significa esto?
Volteó
su mirada hacia su hombro, donde momentos antes estaba la mano de Sibil, o lo
que él creía que era ella. Encontró una pálida mano con dedos alargados y una
tonalidad pálida verduzca, como la piel podrida, estaba helada. No se atrevió a
voltear más y una voz seseante le susurró al oído:
—Has
sido valiente, muchacho. Solo un niño como tú ha podido no volverse loco al ver
todo lo que hay aquí. Incluso pensaste que podías salir con tu pequeña amiguita
— La mano señalaba firmemente hacia Sibil, colgada y amarrada por cuerdas.
—¿En
qué momento? — Cuestionó Marco.
—Cuando
estabas viendo atónito a aquel padre de la primera habitación. No nos gusta que
observen nuestro trabajo sin terminar — respondió la voz.
Marco
pudo notar de nuevo la sensación de ser observado, y esta vez cayó en cuenta.
Cientos de ojos empezaron a abrirse en las paredes, como si la casa fuese un
ser viviente que observaba todo el tiempo.
—Nosotros
nos alimentamos de la locura, la decadencia y el sufrimiento. Solemos atraer
hombres adultos porque caen más fácil a las tentaciones que podemos ofrecerles.
Aunque dentro de nada pierden sus órganos reproductores y comenzamos nuestro
festín de sangre y miedo — continuó la voz.
Marco
estaba atónito. Las manos heladas que ahora eran cuatro lo manoseaban por todas
partes.
—Nunca
antes habíamos tenido la dicha de tener niños en nuestra presencia, y mucho
menos una joven doncella que, dadas las circunstancias, nos ofrecerá un festín
inigualable —Una de las manos apuntó de nuevo hacia Sibil y, con un chasquido
de dedos, la figura yacía en la cama comenzó a alzarse. Sibil recobró la
conciencia y, con una mordaza en la boca, gritaba y se retorcía de terror. Sus
ojos suplicaban ayuda mientras miraba a Marco, pero él permanecía petrificado,
atrapado por manos que lo sujetaban firmemente —Ahora nos deleitaremos con el
sufrimiento de esta joven, y el postre más exquisito será la culpa y la
demencia que emanarán de ti al haberla entregado a nuestras garras. Por cierto,
nada de lo que hagas o digas podrá liberarte de este destino —sentenció la
entidad.
Marco
desvió su mirada hacia la figura en la cama. Era el padre Antonio, pero su
apariencia estaba distorsionada, como si hubiera sido consumido por el abismo
de la locura. Yacía desnudo, con los ojos vacíos y espuma brotando de sus
labios.
—Su
mente está completamente desgarrada; ha sido un trabajo excelente. Ahora nos
obedece y se convierte en un esclavo perfecto para lo que vendrá a
continuación, lo cual resulta irónicamente poético —volvió a chasquear los
dedos—. Disfruta del espectáculo, joven, y aliméntanos con tu propia demencia
—añadió, sumiendo a Marco en una pesadilla interminable.
Después
del chasquido, aquello que antes era el padre Antonio fue directamente hacia
Sibil. Marco entendió lo que pasaría y empezó a forcejear y gritar lo más que
pudo, pero nada surtía efecto. El padre se puso detrás de la niña y arrancó su
pantalón y ropa interior con la fuerza de un animal salvaje. Ahora no era más
que un depredador. Comenzó a golpearla fuertemente en los glúteos y muslos. Los
gritos ahogados de Sibil inundaron la habitación, las manos que sostenían a
Marco se agitaron, los ojos de las paredes empezaron a girar con emoción y
hasta la casa tembló un poco.
Las
lágrimas de Sibil empezaron a brotar y miraba a Marco buscando auxilio, pero
este solo podía devolverle una mirada de compasión buscando el perdón de la
misma. El padre inició la cruel acción contra la niña de manera violenta,
mientras la sacudía y golpeaba. Una vez más los gritos Sibil y Marco resonaron
en la habitación y los seres que ahí estaban se emocionaron una vez más.
Pasaron
muchas más cosas, pero la mente de Marco se quebró rápidamente al observar cómo
el cuerpo de Sibil era arrastrado hacia la cama por la figura de Antonio. Marco
simplemente se desplomó débilmente. La locura y la culpa lo llevaron a su
límite justo un minuto y medio después que iniciara la atroz acción contra su
amiga. Aún más manos heladas lo sostenían y una voz seseante le dijo al oído:
—Ahora
su mente es nuestra y nos dará alimento por mucho tiempo. Siempre estaremos con
ustedes alimentándonos hasta que encontremos más fuerza para surgir.
Marco
se desvaneció. Lo último que vio fue al padre Antonio encima de Sibil y no
quiso recordar nada más. Quiso morir en aquel instante, escapar de este mundo.
La
luz de la tarde brillaba en los ojos cerrados de Marco. Escuchaba muchas voces
a lo lejos y su cuerpo estaba inmovilizado. Abrió los ojos lentamente y se vio
a sí mismo en su escondite, aquel tronco hueco, atado por cuerdas. Pocos metros
adelante, estaba Sibil en posición fetal, desnuda de la parte inferior,
respirando dificultosamente. Alzando la vista, lo miró con temor y odio. Poco
más allá, estaba el cuerpo inerte y desnudo de Antonio.
—¡Aquí
están! — Escuchó una voz agitada y muy fuerte cerca de ellos. Poco tiempo
después, estaba rodeado de varios agentes de policía y personas que
aparentemente los estaban buscando.
—¡El
desgraciado depravado se pegó un tiro, pero creo que fue después de lastimar a
la niña! — exclamó alguien.
Marco
observó cómo se llevaban a Sibil cargada por unos paramédicos mientras que a él
se le acercaba un agente para desatarlo. Ya la casa no estaba ahí.
—Y
pensar que el buen padre fue capaz de hacer esta barbaridad — dijo alguien.
—Las
apariencias engañan. A veces hay lobos vestidos de corderos — respondió otro.
Los
sonidos aterradores del caos continuaban reverberando alrededor de Marco, como
una cacofonía de voces y emociones desenfrenadas. La multitud profería palabras
llenas de violencia hacia el cadáver del padre Antonio, quien Marco sabía, en
lo más profundo de su ser, que era tan inocente como él, si es que podía
llamarse de esa manera en ese momento tan desgarrador.
—No
fue... — Intentó murmurar el muchacho con voz apenas audible, cuando una mano
fría y larga le tapó la boca. Aterrorizado, alzó la mirada y se encontró con un
rostro deforme y plagado de ojos.
—Más
te vale que no digas nada, nosotros lo sabremos. Siempre estaremos contigo, y
de igual manera, nadie te creerá —susurró la figura, con una voz que parecía
provenir de las profundidades del abismo.
Esa
presencia siniestra estaba ahí, justo en medio de la multitud, oculta a las
miradas de todos excepto a la de Marco. El joven se sentía débil, con cada
fibra de su ser temblando bajo el peso de la verdad oculta y el miedo
paralizante. Sabía que esta entidad oscura lo había marcado, que siempre
estaría presente en su vida, una sombra eterna que lo perseguiría en cada
rincón de su existencia, recordándole el precio de su silencio. Aunque los
demás no podían verla, Marco sentía su presencia de manera palpable, una
conexión macabra que lo ataba a un destino incierto y a un secreto que
amenazaba con devorarlo por completo.
Iván Betancourt